viernes, 19 de julio de 2019

A 50 años de la llegada del hombre a la Luna (memorias)



Por Freddy Ortiz Regis





Una de mis primeras pasiones, desde los tiernos años de mi infancia, fue mi inclinación por el cosmos y todo lo que éste albergaba. Recuerdo con mucha claridad que cuando los adultos me preguntaban qué quería ser cuando sea grande, mi respuesta casi automática era: ¡astronauta!

Perdidos en el espacio, Viaje a las estrellas y Flash Gordon eran mis series favoritas. Aunque no teníamos televisión, me las ingeniaba para que mi madre nos llevara a visitar a mis tías Udeth y Consuelo (cuando vivía en Lima) o pagar cincuenta centavos en la casa de don Peño (cuando vivía en Huanchaco) para no perderme un solo capítulo de estas series que, con la ayuda de mi infantil imaginación, me transportaban a mundos misteriosos y me hacían vivir las más increíbles aventuras.

Hasta el año 1965 viví con mis padres y mis hermanos en Lima, pues en 1966 nos trasladamos a la casa de mis tíos Manuel Li y Elvira Regis en el balneario de Huanchaco, a solo 11 Km de la ciudad de Trujillo. Con ellos, junto con mis primas Elvira y Zully, vivimos hasta el año 1970; año en que ellos se mudaron a  Trujillo como consecuencia del terremoto que dejó en mal estado su casa de Huanchaco. Esta casa, que tenía un área aproximada de 400 m2, era lo suficientemente espaciosa para albergar a más de una familia. Así que los años que vivimos con mis tíos y primas, fue un tiempo hermoso, en que compartíamos todo —lo bueno y lo malo— como una sola familia.


Mis amados tíos Elvira Regis Quiroz y Manuel G. Li Leytón (Q.E.P.D.)

Mi tío Manuel era un hombre muy trabajador e ilustrado. Parte de su fortuna la hizo asesorando tesis universitarias y editando publicaciones. En esa época no existía la fotocopiadora, pero sí el mimeógrafo, que permitía reproducir una publicación tantas veces como podían durar los esténciles, que eran unas membranas de seda que dejaban traslucir las letras tipeadas en la máquina de escribir.

Mimeógrafo Gestetner de fines de los años 60



Esténcil que se "picaba" con los tipos de las máquinas de escribir


Por ello, cuando mi tío Manuel compró un televisor, yo fui el más feliz. Ahora sí no me perdería un solo capítulo de mis series favoritas.

Corría 1969, y en ese año, la carrera espacial entre Estados Unidos y Rusia habría de dar un vuelco tremendo en favor del primero. Ya en 1961, el presidente Jhon F. Kennedy había prometido que en esa década su país iba a poner a un hombre en la Luna. Por ello, cuando en 1963, encontré llorando a mi tía Elvira, y le pregunté por qué lloraba, y ella me respondió: “porque han matado a un hombre bueno”, es que entendí la trascendencia de este presidente y la magnitud de sus sueños.

Presidente Jhon F. Kennedy


Ese año también fue un año muy especial para la familia. La Michigan University envío al Perú una delegación de veinticinco estudiantes que estaban en el último año de sus carreras universitarias a fin de que realicen trabajo de campo en el marco de sus tesis de grado. Esta delegación llegó al departamento de La Libertad y estuvo conformada por aspirantes a arqueólogos, antropólogos y sociólogos. Se dividió en tres grupos: uno fue a Virú, otro a Laredo y un tercer grupo a Huanchaco.

La Universidad de Michigan había solicitado que sus estudiantes se albergaran no en hoteles sino en hogares reconocidos por su buena reputación y ascendencia sobre la población. Así que el grupo designado a Huanchaco estuvo conformado por cuatro miembros. Tres de ellos (arqueólogos) se hospedaron en casa de don Hermes Cáceda (que era un reputado empresario transportista y propietario de la casa en la que el político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre elegía para veranear cuando venía al norte del Perú); y el cuarto miembro de este grupo, la aspirante a antropóloga, Elsie Smith (1), se hospedó en nuestra casa, bajo la responsabilidad de mi tío Manuel, que en ese año era el Juez de Paz de Huanchaco.
                      
Desde el primer día que Elsie Smith llegó a nuestra casa, cargada de un moderado equipaje, le hicimos sentir que era parte de nuestra familia. Corría más o menos los primeros meses de enero de 1969. El trato con mis primas Elvira y Zully llegó a tal nivel que Elsie las llegó a considerar como sus hermanas. Recuerdo, como si fuera ayer, las bromas que le hacíamos, las “peleas” y forcejeos para poder tumbar a la “gringa”, como le decíamos.

— Ustedes son chiquitos, pero vaya que tienen una gran fuerza —nos decía Elsie en su español agringado, en medio de las risas y las respiraciones aceleradas de todos para reponernos.

Recuerdo un día en que estábamos almorzando, y Elsie tuvo la temeraria idea de probar un poco del ají molido que había en el centro de la mesa. Todos le advertimos que mejor no lo hiciera, pero ella insistió y se echó un poco sobre su comida.

Los gritos y sensaciones de ahogo por parte de Elsie fueron tan abrumadores, que nos dimos el susto de nuestras vidas. Su rostro enrojecido y atormentado por el picor ha quedado en mi memoria de manera indeleble. Por ello, cuando veo a un extranjero que se inclina por hacer lo mismo que Elsie, nunca dejo de advertirle los riesgos que ello trae aparejado.

Felizmente, lo de Elsie no pasó de ser un susto. Poco a poco se fue reponiendo, y a la angustia inicial que nos embargó, le siguieron las bromas, risas y la algarabía de su pronta recuperación.

Elsie, era una joven hermosa. De alta estatura (calculo 1.80 m), adornaban su rostro unas salteadas pecas que quedaban como una graciosa reminiscencia de su adolescencia. Siempre tenía una sonrisa disponible para todos; pero lo que más me atraía de ella era el contenido de sus maletas y su férrea vocación por su carrera. Cuando estaba en su cuarto, yo le preguntaba si podía pasar, a lo que siempre respondía afirmativamente. Me encantaba ver cuando abría su equipaje y sacaba tipos de papel y lapiceros que nunca había visto. Tenía un tablero de un material desconocido sobre el que colocaba un pliego de papel y escribía hasta agotar todo el espacio disponible. Además, tenía entre sus cosas otros artilugios que no sabía para qué eran y nunca me atreví a preguntarle, pues lo que más llamaba mi atención era su moderna cámara fotográfica Polaroid. Con esta cámara tomaba fotos —para mí, hasta por gusto— las que revelaba ¡instantáneamente!  Si en mi país, en esa época, tomar fotos ya de por sí era una actividad algo extravagante y hasta esnob, que las fotos aparecieran reveladas inmediatamente, ya era cosa de otro mundo.

Cámara Polaroid instantánea de fines de los 60

Con esta cámara, Elsie nos tomó muchas fotos. Sin embargo, el paso del tiempo ha extraviado la mayoría de ellas, por lo que han quedado solo algunas, de las cuales reproduzco solo dos en estas memorias.


Casa de Huanchaco. De izq. a derecha de pie: mi prima Zully, el alcalde de Huanchaco,
don Manuel Leytón, mi tío Manuel Li Leytón (juez de paz) y mi prima Elvira.
De cuclillas, mis hermanos Carlos, Raúl y yo.
Foto tomada por Elsie Smith.

Mi hermano Raúl, yo y mi prima Zully, frente a la casa de don Hermes Cáceda
en Huanchaco. Foto tomada por Elsie Smith.

Fue así que llegamos a mayo de 1969. Elsie, en una reunión con sus paisanos en Laredo, conoció a un turista norteamericano de profesión abogado. Su nombre era Richard Williams (2). Este Richard, tan alto como Elsie, y de unos 25 años aproximadamente, era de profesión abogado. Provenía de una familia adinerada de California y, sin saberlo, vivía en la misma calle en la cual residía también Elsie, mas nunca habían llegado a conocerse, sino hasta ese día en la reunión de Laredo.

Lo que vino después fue que Elsie y Richard se enamoraron y ennoviaron en ese mismo mes. Elsie invitó a nuestra casa de Huanchaco a Richard, a quien conocimos como un tipo jovial y apuesto. Ahí, Elsie y Richard les comunicaron a mis tíos Manuel y Elvira que tenían planes de casarse por lo que deseaban invitar a los padres de Richard al Perú. Mis tíos, sin pensarlo dos veces, ofrecieron su casa para la reunión.

La primera semana de julio de 1969, los padres de Richard llegaron a Trujillo y se hospedaron en el céntrico Hotel de Turistas (hoy Hotel Los Libertadores, que se encuentra en la Plaza de Armas).

Al mismo tiempo, los días que faltaban para el alunizaje (que había sido programado para el 20 de julio) se iban acortando y una atmósfera de ansiedad y efervescencia invadía no solo al mundo entero sino también al Perú.

La noche que los padres de Richard llegaron a nuestra casa de Huanchaco, queda registrada en mi memoria como un evento de muchos colores, sabores y sentimientos especiales. Mis tíos habían dispuesto una espléndida mesa con los platos y manjares más ricos que podíamos ofrecer a unos turistas norteamericanos precedidos por la fama de ser adinerados y distinguidos. Dada la cortedad de mi edad no recuerdo con mucha precisión los temas de conversación. Sin embargo, el cercano alunizaje y el futuro de los novios fueron los temas que dominaron el ambiente de regocijo y hospitalidad que embargaba a mis tíos y a mis primas esa noche.

Los padres de Richard —ataviados de costosas alhajas— habían traído para mis primas unas hermosas muñecas, que conservaron hasta que el tiempo se encargó de disolverlas en el tráfago de la vida. Como muestra de su agradecimiento por el detalle de las muñecas mi tía Elvira regaló, a la novia de Richard, una piedra alejandrina engarzada en una bella sortija de oro de 18 kilates. Este regalo fascinó a todos los presentes, sobre todo a los padres de Richard, familiarizados más con el oro de 14 kilates. La madre de Richard, que lucía elegantemente vestida al estilo de la famosa Jacqueline Onassis, no pudo ocultar su asombro y no cesaba de proferir alabanzas a tan hermosa joya que mi adorada tía Elvira se había desprendido como un gesto de su gratitud y hospitalidad.

Cincuenta años después, mis tíos ya reposan esperando la mañana de la resurrección, y probablemente, siguiendo el curso natural de las cosas, los padres de Richard, también.  Pero a pesar de este tiempo transcurrido, mi memoria guarda los gratos recuerdos de esa noche en que mi familia tuvo la oportunidad de confraternizar con inmejorables ciudadanos de la sociedad norteamericana, conocer su forma de pensar y debilitar los prejuicios que siempre se erigen para separar a los pueblos y a los seres humanos.

Cuando la reunión terminó con la formalización del matrimonio de Richard y Elsie —y mientras yo me encargaba de atiborrarme con el vermut con duraznos que había sobrado— escuché que todos se ponían de acuerdo para reunirse, nuevamente, en nuestra casa, el 20 de julio para ver la llegada del hombre a la Luna.



oOo



No recuerdo cómo amaneció el día domingo 20 de julio de 1969 en Huanchaco. Lo más probable es que haya amanecido nublado y acompañado de esa persistente garúa de julio. Lo que sí recuerdo era la gran emoción y ansiedad que me embargaban. En la tarde de ese día la televisión transmitiría el que —en ese momento— sería el acontecimiento más grande del siglo XX: la llegada del hombre a la Luna. Así que yo rogaba que el generador de electricidad, que daba la corriente al pueblo de Huanchaco, se encendiera —como lo solía hacer cuando había algún acontecimiento importante como los partidos de la selección peruana o las peleas de Casius Clay— en las horas de la tarde.

Días antes, el diario “La Industria” de Trujillo había publicado un mapa en tamaño gigante de la Luna. Yo estaba feliz de tener en mis manos tan valioso documento: ¡el mapa de la Luna! Sentía como algo mágico entre mis manos. Tenía que compartirlo con mi profesor y mis compañeros de clase. Lo que pasó con esta decisión está registrado en mis memorias que en tributo a mi maestro, don Segundo Morales Llerena, escribí en mi blog el día 6 de julio de 2017.

Cuando al mediodía escuché al generador de corriente eléctrica de Huanchaco sonar con su clásico tronar, suspiré aliviado: ¡Sí, van a transmitir el alunizaje del Apolo XI! En esa época ya la televisión peruana se había sumado a otras cadenas mundiales que transmitían vía satélite. Meses antes, algunos canales locales —como América Televisión y Panamericana Televisión— que tenían sus propias programaciones en provincias, comenzaron a transmitir una sola señal desde la ciudad de Lima. De esta manera, todo el país podía ver una sola programación con mayor nitidez de imagen y mejor calidad de sonido, aunque aún en blanco y negro y con la tecnología de las microondas.

Pero, la hazaña del primer ser humano dejando su huella en la superficie lunar estuvo llena de peligros y contratiempos; algunos, poco relacionados con el viaje en sí mismo. Fueron muchas las empresas de telecomunicaciones que se aunaron a la solución al problema que suponía mantener la comunicación con el Apolo XI en su viaje más allá de la atmósfera terrestre. Y muy oportunamente el ingreso del Perú a las comunicaciones espaciales se produjo a mediados de 1969. La construcción de la estación terrena de Lurín permitió recibir y transmitir señales al INTELSAT, con un radio de acción que abarcaba América y Europa.


Estación terrena de Lurín (Lima).

 
El Apolo XI.

Ya desde las primeras horas del día, Panamericana informaba de la transmisión en directo del alunizaje. La voz del recordado Humberto Martínez Morosini anunciando en su clásico y profesional estilo — “desde la 1, minuto a minuto, por Panamericana la Gran Cadena Peruana”—, no hacía sino acrecentar aún más la ansiedad por el comienzo de la transmisión. En los minutos previos a la transmisión en directo desde la Luna, pues el alunizaje estaba previsto para las 3:30 p.m. hora del Perú, Panamericana mostró imágenes de la NASA, de las tecnologías que se aplicaron para hacer posible esta hazaña y, lo que más nos cautivó: las palabras del astronauta Neil Amstrong —que habría de ser el primer hombre en pisar la Luna— ¡enviando un saludo en español al pueblo de Lima!

Mientras tanto, en nuestra casa, la expectación llegaba al límite máximo. Elsie, Richard, sus padres y los tres norteamericanos que estaban hospedados en casa de don Hermes Cáceda ya se habían instalado en la sala, frente al hermoso televisión Philips de 23 pulgadas, recientemente adquirido por mi tío Manuel. Mis tíos, mi madre, mis primas, mis hermanos y hasta algunos vecinos que no contaban con un aparato de televisión en sus hogares, también completaban el fascinado auditorio.


Antiguo televisor de fines de la década del 60.


Hasta que, finalmente, las imágenes en blanco y negro del módulo lunar descendiendo sobre la superficie lunar, la caminata de Neil Amstrong y sus históricas palabras: “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”, nos sumieron a todos en un sentimiento de hermandad que nunca más lo he vuelto a sentir. En ese momento todos los presentes no pudimos evitar expresar nuestra fascinación con exclamaciones de alegría y admiración. No era solo un ciudadano de los EE.UU. quien pisaba la Luna, éramos todos nosotros (norteamericanos y peruanos) los que dábamos ese salto maravilloso que nos convertía en una sola raza y en una sola nación.


Video de Panamericana TV

La transmisión de Panamericana Televisión había sido un éxito. Víctor Julio Estremadoyro Alegre, narra sus vivencias de la transmisión con estas palabras: (3)
Panamericana Televisión tuvo un papel de líder en las comunicaciones del país al realizar transmisiones extraordinarias del viaje a la Luna. Una ambiciosa producción en sus estudios fue el marco adecuado para difundir las imágenes que la NASA ponía en los satélites. Eran imágenes en blanco y negro.

El trabajo de producción fue dirigido por Genaro Delgado Parker, quien me confió la segunda responsabilidad que, en algunas ocasiones, se convirtió en primera. Batimos un record de duración al transmitir 32 horas ininterrumpidamente la jornada culminante de la misión de la Apolo XI: el descenso del módulo lunar, la primera caminata de Armstrong y Aldrin y su salida de la Luna para unirse a la nave madre conducida por Collins, que estaba dando vueltas al satélite. Ese record de transmisión ininterrumpida se mantendría hasta diciembre de 1996 cuando transmitimos más de 70 horas sin parar en los primeros días de la toma de la residencia de la Embajada japonesa por el MRTA.

En el programa sobre la Apolo XI destacaron la valía de profesionales como Humberto Martínez Morosini, Ernesto García Calderón y Alfonso Tealdo, que condujeron un panel de especialistas, como Víctor Estremadoyro (astrónomo), y Gilberto Tisnado (ingeniero espacial), el más espectacular de los panelistas por sus conocedoras explicaciones sobre las características de las naves y otros detalles científicos, lo que le otorgó una popularidad digna de una estrella televisiva, teniendo muchas veces que firmar autógrafos en la puerta del canal. También hay que destacar la participación de Héctor Urquiaga, que se convertiría en el traductor más solicitado y mejor pagado del país.

Los norteamericanos que se habían reunido en nuestra casa, se marcharon muy satisfechos y agradecidos no solo por el logro alcanzado por su país sino también por la calidad de la transmisión de Panamericana Televisión y la hospitalidad de mi familia.

Esa misma noche, cuando la algarabía había amainado y el sueño convocado a todos a sus dormitorios, me dirigí al patio de mi casa para mirar —sentado sobre unas gradas que llevaban al portón principal— el cielo ligeramente estrellado de Huanchaco. Ahí estaba la Luna terminando su fase de cuarto menguante para iniciar el de la luna nueva. “Pensar que ya hemos llegado hasta allá”, me dije con nostalgia. El Apolo XI aún seguiría dando vueltas alrededor de la Luna mientras los astronautas estarían celebrando su hazaña de pisar el único satélite natural de la Tierra, que por siglos había aparecido ante la humanidad misterioso e inalcanzable, como el dios de mis antepasados chimúes.

Los astronautas no habían encontrado a ningún extraterrestre como se conjeturaba. Nadie había salido a recibirlos. Lo único que se movía en la Luna era el polvo que se levantaba cuando Amstrong y Aldrin comenzaron a caminar sobre su superficie. Sin embargo, el descubrimiento más hermoso, la constatación más científica, fue apreciar nuestro hogar —la Tierra— como una esfera celeste y brillante engastada en un cosmos frío y oscuro.


Nuestro planeta visto desde la Luna

En efecto, habíamos hecho todo lo posible para encontrar una civilización tal vez escondida en nuestro satélite natural; pero, en lugar de ello, nos encontramos a nosotros mismos, todos juntos, como hermanos, compartiendo un pequeño hogar viajando por el universo.

Con el paso de los años, ya en mi adolescencia, volví a sentir nuevamente esa esperanza de encontrar vida extraterrestre con las vivencias en el grupo Rama, las que serán materia de otras memorias. Pero, como ocurrió en el tiempo del alunizaje, también en esta nueva experiencia, volví mi mirada y mi corazón al mundo en que vivimos, y a la necesidad de cuidar de él como el único hogar de nuestras vidas y de las generaciones por venir.

¿Y qué fue de las vidas de Elsie Smith y Richard Williams? En diciembre de ese año 1969, se marcharon del Perú conjuntamente con todos sus compatriotas de la misión enviada por la Universidad de Michigan. Elsie y Richard se casaron. Durante algunos meses hubo una comunicación epistolar entre Elsie y mis primas; pero el tiempo se encargó de debilitar esos nexos. Mis primas también tuvieron sus propias familias: Elvira es abuela de tres hermosos niños que llevan la nacionalidad peruana y norteamericana; y Zully, también de dos bellos mellizos que iluminan los últimos años de su vida.

De Elsie ya no supimos más nada, hasta que un día (de no hace mucho), navegando en internet, la encontré en una red social. Le escribí y no pudo controlar su emoción de que la hubiera ubicado después de tantos años, cuando yo era apenas un niño y ella una joven graduanda. El diálogo que sostuvimos fue breve. Y de la revisión de su página en la red social pude constatar que había recuperado su nombre de soltera y que era celosa guardiana de su intimidad, pues no había ni un solo post relacionado con su vida familiar (o al menos estaban en modo privado). Sin embargo, lo que resaltaba en su página era su vocación por la justicia social, su férrea lucha por la privacidad como un derecho supremo inalienable de cada ser humano, y su posición firme y consecuente por la igualdad, la no-discriminación, el ecologismo y el amor hacia los inmigrantes.

Eso me dio mucha satisfacción y llenó de gozo mi corazón, pues, a pesar de que la vida nos llevó por caminos diferentes, al menos coincidíamos en lo esencial: seguíamos siendo iluminados por la misma Luna de 1969 y nos animaba la misma vocación por la justicia, la paz, la preservación de nuestro planeta y la hermandad del género humano.



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(1) A fin de respetar la privacidad, se ha cambiado el apellido, manteniendo el nombre original.

(2) Idem.

(3) “Homenaje y recuerdo del primer hombre que pisó la Luna”. Blog de la PUCP. En: http://bit.ly/2LNyfu2


1 comentario:

Unknown dijo...

Freddy en Huanchaco personas de diferente nivel social y de instrucción ponian en duda que el hombre hubiera llegado a la luna. "Creen que somos tontos"....fueron los comentarios de algunos incredulos que pensaban que todo había sido solo una puesta en escena.