jueves, 4 de enero de 2024

La parálisis del sueño

Por Freddy Ortiz Regis 

Hoy volví a vivir la parálisis de sueño. No me aquejaba desde hace muchos años; sin embargo, nuevamente he vuelto a tener esa experiencia hasta en tres oportunidades.
Por lo general las vivencias de la parálisis del sueño están asociadas a experiencias desagradables. La primera de éstas me ocurrió hace unas dos semanas. Sentí que dos entidades muy negativas se abalanzaron sobre mí, estando en la cama: la primera de ellas no podría definirla, mas la segunda era semejante a un virus gigante, con espinas, que hincaba dolorosamente uno de mis costados. Yo gemía en mi sueño rogando que alguien me despertara. Gracias a Dios, mi sobrino, me despertó con fuertes sacudidas sobre mi hombro derecho.
La segunda ocurrió pocos días después de la primera: soñé que el mar se salía y mi hermano mayor (ya fallecido) levantaba a mi madre (también fallecida) para evitar que el mar se la llevara. Yo quería alcanzarlos, pero estaba completamente petrificado. En mi sueño, nuevamente, gemía rogando poder zafarme de esa inmovilidad, pero no podía. Gracias a Dios, nuevamente mi sobrino acudió en mi ayuda sacándome —con fuertes movimientos— de ese desesperado trance onírico.
Y la tercera ocurrió hoy en horas de la tarde, en que suelo tener —gracias a una costumbre ancestral— mi hora de la siesta. Soñé que llegaba mi sobrino y su familia a mi casa, pero era en el tiempo que sus hijos eran niños pequeños. Escuché sus risas y los movimientos típicos de un grupo humano que llega a un lugar y mueve cosas y hace mucho ruido. Sentí que el mayor de los niños —Juan Andrés— ingresó a mi habitación y dijo: “Mi tío está durmiendo” y apagó la luz. En mi sueño sentí que cerró la puerta y mi habitación quedó sumida en la más profunda oscuridad. En mi sueño sentí que me senté en la cama y no podía ver absolutamente nada porque la oscuridad reinaba de manera absoluta. Fue en ese momento en que se apoderó de mí la desesperación porque quería levantarme para prender la luz, mas no podía mover ni un solo músculo de mi cuerpo. Esta vez nadie acudió en mi ayuda para sacarme de ese trace, si no que, abruptamente, abrí los ojos y descubrí que había tenido otra parálisis del sueño: yacía en mi cama y no estaba sentado, en la casa solamente estaba yo, no era de noche y la puerta de mi cuarto estaba completamente abierta ingresando, brillantes, los rayos risueños de una tarde de verano.
Mucho se ha escrito sobre la parálisis del sueño y los estudiosos no se han puesto de acuerdo sobre su origen. Las opiniones van desde el lado extremo de la ciencia hasta el otro extremo del misticismo y lo sobrenatural. Sin embargo, es una experiencia que ha afectado a todas las personas por lo menos una vez en su vida.
Yo tengo mi teoría: la parálisis del sueño es una reacción de nuestra mente que sirve como desahogo a una situación de crisis por la que estamos atravesando. Lo irreal acude en auxilio de la realidad. La fatalidad se hace corpórea para morigerar en algo el sufrimiento cotidiano. Me levanté de la cama con nuevos bríos y me alisté para asistir al entierro del padre de un buen amigo.