Era apenas un niño cuando
ocurrió el terremoto del 31 de mayo de 1970. Vivía con mi familia en el
balneario de Huanchaco, que está a solo 11 Km de Trujillo, la capital del
departamento de La Libertad, en el norte del Perú.
Mi país
había clasificado al Mundial de Fútbol de México 70, y casi todos los varones
del pueblo estábamos frente a un televisor en blanco y negro que la
Municipalidad había puesto para que podamos ver, con tranquilidad y esperanza,
el partido inaugural del máximo torneo del fútbol mundial.
El
local era de madera, y antes allí había funcionado la escuelita primaria del
balneario. Los niños estábamos sentados en el piso, frente al televisor, y en
cómodos asientos, los adultos. El ambiente era de mucha expectativa: los
adultos conversaban y bromeaban, y nosotros, los niños, nos jugábamos de manos
como era nuestra costumbre, matando el tiempo, cuando desfilaban por la
pantalla los fastidiosos e inoportunos comerciales. En nuestra inocencia no
asomábamos a entender que, por esos comerciales, es que era posible no solo la
transmisión del Mundial sino también las cautivadoras películas y series que
llenaban nuestro imaginario infantil de sueños y fantasías.
Ese día
había amanecido soleado y así había permanecido hasta el momento en que llenamos
el local de madera para ver la transmisión del Mundial. Siendo las 3 y 23
minutos de la tarde, se escuchó un ensordecedor ruido, como cuando un taladro
abre una carretera o una vereda. El potente ruido duró apenas unos segundos y
todos nos quedamos en silencio, tratando de entender qué podía ser ese
estremecedor sonido. Inmediatamente, al ruido, se sumó el movimiento del suelo
y de las paredes de una manera violenta y terrible. Los adultos, que estaban
más cerca de la única puerta de entrada al local, saltaron de sus asientos y
corrieron, estorbándose los unos y los otros, para ganar la salida.
Yo tomé
de la mano a mi hermano menor, que estaba a mi lado, tan asustado como yo.
Debido a la cortedad de nuestras estaturas nos colamos por entre las piernas de
los adultos que pugnaban desesperadamente por ganar la calle. Lo logramos. Ya
en la calle, el panorama era aterrador. Las paredes de las casas, unas de
quincha (caña y barro) y otras de adobe (solo barro) se sacudían con tal
violencia que, a verlas, nos daba la impresión de que estábamos sufriendo una
atroz pesadilla de la que no era posible despertar.
Creo
que el terremoto duró un poco más de un minuto. No podíamos correr porque el
suelo se movía como las olas del mar. Cuando, por fin, el ruido y el movimiento
cesaron, una nube de polvo, con la forma de un hongo atómico, se elevó sobre
Huanchaco, como si fuera el último suspiro de un moribundo.
Lo que
vino después será motivo de escribir un artículo específico para esta terrible
calamidad. Felizmente, en Huanchaco, no hubo víctimas mortales ni gran
destrucción. Pero, en el epicentro del terremoto, en la zona comprendida por Chimbote,
Casma y el Callejón de Huaylas, en el departamento de Áncash, las noticias que
llegaban, lentas pero seguras, daban cuenta de gran mortandad y destrucción.
Desde
ese aciago día, cada vez que he experimentado un temblor de tierra –ya no con
la intensidad del terremoto de 1970, pues desde ese evento hay un silencio
sísmico de muchos años– en mi subconsciente aflora el miedo y el espanto que
viví ese 31 de mayo. Mi vida quedó marcada por este fenómeno de la naturaleza
y, desde entonces, siempre anhelé conocer la zona del Callejón de Huaylas, que
fue la más afectada por el terremoto.
Han
pasado muchos años ya de ese espantoso suceso, y la vida me ha dado la
oportunidad de viajar hasta el Callejón de Huaylas, movido, silenciosamente,
por ese deseo de llegar hasta la zona más castigada por el terremoto del 70 y
ver in situ la geografía de la
catástrofe y conocer el entorno físico y espiritual de esta zona del Perú.
Llegando
a Huaraz
Llegamos a Huaraz, la capital
del departamento de Áncash, en la madrugada del viernes 3 de marzo de 2017. En
tan solo siete horas y media habíamos pasado del verano al invierno. Nuestro
Trujillo, que está en el norte del Perú, venía soportando temperaturas de 33
°C, así que al llegar a Huaraz, a eso de las 4:30 de la madrugada, sentimos la
pegada del cambio de temperatura: 9 °C marcaba el reporte del tiempo en mi
celular.
Con mi
sobrino Juan Pablo y su hijo Juan Andrés, de apenas siete años, nos subimos a
un taxi que nos esperaba puntualmente en el terminal, y que había sido proveído
por la agencia de turismo contratada para nuestro tour al Callejón de Huaylas.
Después de instalarnos en el Hotel Valencia II, y asearnos ligeramente, nos metimos
a la cama para recuperar parte del sueño perdido durante el viaje.
Juan Andrés posando en la puerta del Hotel Valencia II. |
Primer día
Rumbo
a la laguna de Llanganuco
Pocas horas después, el
servicio de tour nos tocó la puerta para desayunar y partir rumbo a la laguna
de Llanganuco que está a 3,850 m.s.n.m. Nos advirtieron que lleváramos ropa
abrigada, pues, debido a la altura, la temperatura en la laguna estaba relativamente
baja. Para llegar a este destino habríamos de pasar por algunos lugares, en los
que pararíamos para disfrutar del paisaje, tomarnos fotos y saborear algo
tradicional.
Nuestra
primera parada fue en la ciudad de Carhuaz. Allí nos detuvimos para degustar
unos ricos helados hechos con frutas de la zona. Después de comprarlos, nos
dirigimos a la plaza mayor de la ciudad en donde nos encontramos con un grupo
de mujeres campesinas que se habían reunido, en torno a un cajero móvil del
Banco de la Nación. Me acerqué hacia ellas con mi cámara pero algunas mostraron
sentirse incómodas, por lo que asumí una actitud más prudente. Todas hablaban
en quechua. Me llamó mucho la atención su vestimenta, que estaba conformada por
atuendos de diferentes y vivos colores. No tenían el concepto de la combinación de los colores que manejamos los habitantes
de la costa, en el cual un color solo puede combinar con una muy limitada gama
de otros colores. Ellas, en cambio, podían combinar todos los colores con la
mayor naturalidad; y creo que mientras más vivos y contrastantes, mejor. Todas
usaban sombreros y se les veía robustas y saludables. Pude acercarme a una que
otra de ellas y atisbar en su mirada, paz interior, conformidad con la vida,
indisposición para mezclarse e inocente alegría.
Mujeres campesinas en la Plaza Mayor de Carhuaz.
Después
de saborear los ricos helados de Carhuaz e intentar acercarme a las mujeres
campesinas reunidas en la plaza, abordamos nuevamente la couster, que nos
llevaría a nuestro próximo destino: el camposanto de Yungay.
El
camposanto de Yungay
El camposanto de Yungay es el
conjunto formado: i) por la pampa que
ha quedado del antiguo pueblo de Yungay arrasado por el aluvión que se produjo
minutos después del terremoto del 31 de mayo de 1970, y ii) por el viejo cementerio, conformado por cuatro niveles, cuyos
dos últimos, no fueron alcanzados por el aluvión y fue lugar de salvación de algunos
que lograron llegar hasta ellos.
Debajo de
la pampa ha crecido una exuberante vegetación que ofrece a los visitantes un
bello espectáculo de flores de los más distintos colores y morfologías. Sin
embargo, debajo de ella, están los cuerpos de más de veinte mil pobladores del
antiguo Yungay que no pudieron salvarse ante la llegada de la sábana de lodo y
piedras que traía un desprendimiento del nevado Huascarán.
Hermosa flora que crece sobre los restos de miles de yungaínos sepultados por el aluvión de 1970. |
En un
blog he encontrado esta descripción de lo que ocurrió
en la ciudad de Yungay, cuatro minutos después del terremoto: “La ciudad de
Yungay quedó totalmente enterrada bajo el aluvión que se desprendió del monte
Huascarán por efecto del terremoto, el cual se estima que viajó a través de 16
Km. bajando verticalmente entre 3,000 a 4,100 mts. con una velocidad promedio
de 280 Km. por hora sepultando y arrasando con la vida de los yungaínos y de
distintos barrios como Chuquibamba, Armapampa y Tullpa entre muchos otros. Sin
embargo, hubo habitantes que se salvaron de la catástrofe ya que se encontraban
en el circo ´Verolina´, que se ubicó en una parte elevada del pueblo, o también
las personas que corrieron a refugiarse en el cementerio de la ciudad, la cual,
era una antigua fortaleza pre-inca.”
Antiguo cementerio yungaíno que quedó en pie después del aluvión. |
Una vez
entrado en el camposanto el sol hace caer sus rayos de manera inmisericorde,
como si no le gustara la llegada de visitantes. Es tal el violento incremento
de la temperatura que nadie dudó en quitarse, inmediatamente, parte de la
indumentaria para dar un alivio al cuerpo frente al inclemente calor.
Mi
corazón sintió, inmediatamente, una profunda tristeza, cuando comencé a
recordar las vivencias del terremoto en Huanchaco, siendo apenas un niño
entrando en la pubertad. Pensar –me dije– que mientras de la mano de mi hermano
menor pugnaba por abandonar la sala de madera en que esperábamos el comienzo
del Mundial de Fútbol de México 70, en ese mismo momento, miles de mis
compatriotas, estaban perdiendo la vida bajo los escombros de sus casas,
primero y, minutos después, bajo el látigo del lodo y piedras que venía con
toda su furia desde el Huascarán.
Nuestro
guía –más conocido como “Alpaca Fashion”– se esforzaba por transmitirnos la
gravedad de los hechos acaecidos ese 31 de mayo de 1970, a las 3:23 de la
tarde. La mayoría de personas que conformábamos el grupo “Los Chasquis” eran
jóvenes que no tenían idea, por un lado, de lo que significaba un terremoto, y
por otro, de lo que debieron haber vivido esas miles de almas yungaínas presas
del infortunio. Pero yo escuchaba en silencio sus palabras, y las guardaba en
mi corazón, porque yo sí había experimentado –aunque a miles de kilómetros de
distancia del epicentro– el poder y el horror de ese cataclismo.
Pero
teníamos que proseguir con el tour. La próxima parada sería la laguna de
Llanganuco. Subiríamos de 2,500 m.s.n.m. a 3,850 m.s.n.m. Después de tomarnos
las fotos de rigor, abordamos la couster, para seguir ascendiendo a través del majestuoso
pasadizo que conforman las cordilleras Negra y Blanca.
La
laguna de Llanganuco
Decir que vamos a ir a la
laguna de Llanganuco, es decir que vamos a ir a visitar a dos imponentes
montañas de la cordillera Blanca ancashina que le dan origen: el Huandoy (de
6,395 m.s.n.m.) y el Huascarán (de 6,768 m.s.n.m.). La estación veraniega del
hemisferio sur el planeta, aunado al cambio climático, han determinado que en
la época de nuestro viaje no hayamos podido ver la blanca nieve coronando sus
cumbres. Sin embargo, gruesas capas de nubes de color plomizo están, cual un
gigantesco nido de aves, adornando sus cumbres, que mezclado con el color
cuarcita de ambas montañas, ofrecen un paisaje de férrea y pétrea belleza
natural. El impacto de las nubes sobre las frías montañas determinan la
formación de muchos torrentes que descienden hasta formar la laguna de
Llanganuco, nutriéndola de aguas muy frías y cristalinas, de las que no pude
resistir llevarme unos sorbos a la boca. Sobre ambas montañas y la laguna existe
una hermosa pero triste historia, que pasaré a transcribir:
Hace
muchos años, una poderosa tribu se asentaba en las faldas de la cordillera. Era
gobernada por un cacique benévolo.
El
cacique deseaba que su hija Huandi se casara con un monarca del reino vecino,
pero la princesa mantenía amores secretos con Huáscar, uno de los más apuestos
soldados de la guardia.
Una
noche, la princesa fue a encontrarse con su galán, pero fue descubierta por uno
de los servidores, que dio parte de este hecho a su señor.
Encolerizado
el monarca, ordenó que fuera llevada ante él.
– Te
prohíbo que ames a este hombre. Nunca más volverás a verlo – le dijo.
Los dos
jóvenes decidieron salvar su amor y se fugaron. Pero pocos días después, fueron
aprehendidos y llevados ante la presencia del cacique, de cuyos labios
escucharon el castigo.
–
¡Átenlos a la cumbre más alta! – exclamó – No merecen mi perdón.
La
princesa y su amado fueron atados frente a frente, en unas rocas que se
encontraban en las cumbres más altas. Ahí sólo recibieron la inclemencia del
frío y la nieve.
El
sufrimiento les hizo derramar lágrimas en abundancia. Pero un día, el dios de
los Huaylas se compadeció de ellos y los convirtió en dos soberbios nevados,
que se levantaron desafiantes por encimas de las cordilleras.
La bella
princesa Huandi quedó transformada en el Huandoy. Y el apuesto joven, en el
Huascarán. Las lágrimas de los jóvenes dieron origen a numerosos torrentes que
formaron dos hermosas lagunas: la laguna de Parón y la de Llanganuco, respectivamente.
Y allí
permanecerán siempre, como un eterno símbolo del amor imposible.
Pasear en bote en la laguna es una experiencia aparte. Se paga cinco soles, lo que incluye el alquiler de un salvavidas y el paseo propiamente dicho. Juan Andrés, con tan solo siete años, estaba intacto: la altura de más de 3,000 m.s.n.m. no había hecho mella en él. Yo me sentía ligeramente mareado. En el bote, Juan Andrés estaba muy preocupado. “¿Y si se da vuelta el bote y nos caemos?”, me preguntó. “No te preocupes, hijito –le dije–; si eso pasa tenemos los salvavidas puestos, y el primero en salir serás tú porque eres un niño”. Esto lo tranquilizó, pero no pudo apartar de su rostro el inoportuno rictus de la preocupación.
Conforme
se avanza hacia el centro de la laguna, comenzamos a experimentar un frío
profundamente benéfico. De pronto, comenzó a garuar, y las gotas heladas caían
sobre nuestros rostros como saetas bendecidas enviadas por Dios. No pude
resistirme al deseo de tocar las aguas verde turquesa de la laguna. A lo que el
pequeño Juan Andrés también quiso imitar y tuvimos que tomarlo de los pies para
que no se caiga del bote.
El autor de estas memorias, Juan Andrés y su papá Juan Pablo teniendo como fondo la hermosa laguna de Llanganuco con el nevado Huandoy. |
Después
del paseo, disfrutar de la biodiversidad de la laguna es un espectáculo aparte.
Crecen a su amparo centenares de plantas, flores, arbustos y árboles que
solamente se encuentran en esa zona y que, además de proveer un paisaje
singular, ofrecen propiedades curativas que son aprovechadas por los lugareños,
y también, materia de estudio de los especialistas. Entre esta biodiversidad,
destacan unos hermosos árboles dorados llamados queñuales.
En la foto Juan Andrés (derecha), y yo, posando al lado de un árbol queñual. |
Una vez
que se abandona la laguna de Llanganuco, el hambre comienza a hacer sus
estragos, por lo que, en el camino, de retorno a Huaraz, los restaurantes de la
zona invitan a degustar de la gastronomía yungaína. Por unos 15 soles (aprox. 5
dólares) se puede disfrutar de platos como la pachamanca, el picante de cuy, la
llunca (sopa de gallina con trigo), la trucha frita y otras delicias.
Y como
no puede faltar el postre, después de almorzar, se avanza en dirección
noroeste, descendiendo hasta los 2,290 m.s.n.m. para llegar a la ciudad de
Caraz, capital de la provincia de Huaylas, conocido como "Dulzura",
especializada en la fabricación de productos lácteos como el manjar blanco y
todo tipo de dulces elaborados a partir de este insumo. Además, es reconocida
por la producción de flores con calidad de exportación.
Cuando
la tarde comienza a ceder, y las sombras de la noche se esparcen por el
Callejón de Huaylas, es tiempo de retornar a la ciudad de Huaraz después de
haber experimentado un fascinante primer día de nuestro tour; pero nuestro guía
-“Alpaca Fashion”- no nos da tregua. Aún nos falta admirar las bellezas que
salen de las manos de los artesanos del Centro Artesanal de Taricá. Taricá es un distrito que trabaja con la
arcilla y la cerámica y representa los motivos de su cultura en diversos
tamaños y colores, que van de acuerdo al gusto de sus visitantes. Esta zona se
ha convertido en el centro artesanal de Huaraz albergando -en todo su recorrido-
casi 20 locales de artesanos que están a la espera de brindar la magia que sale
de sus manos.
Exhaustos
de tanta belleza y curiosidades, llegamos a nuestro Hotel Valencia II -ubicado
en pleno centro de Huaraz- para darnos una ducha con agua muy caliente, y salir
a cenar y recorrer la ciudad de Huaraz, aunque sea en las horas de la noche.
En la foto con Rivelino "Alpaca Fashion", uno de los excelentes guías ofrecidos por la agencia "Inversiones Perú Servicios Turísticos S.R.L." |
En la foto con Elsa Janampa, una de los excelentes guías ofrecidos por la agencia "Inversiones Perú Servicios Turísticos S.R.L." |
Segundo día
Rumbo
a la laguna de Querococha
Unos golpes insistentes a la
puerta me sacaron de la cama. Era Juan Andrés diciéndome que había que ir a
desayunar porque los de la agencia de viajes ya estaban esperándonos para salir
rumbo a la laguna de Querococha.
Rápidamente
me di un duchazo y, en cuestión de minutos, ya estábamos desayunando en el restaurante
del hotel un rico jugo de mango, una caliente infusión de mate de coca, pan con
mantequilla, mermelada y/o queso.
Subimos
a la couster que recorrió varios hoteles de Huaraz hasta completar su capacidad.
Nuestro destino principal era Chavín de Huántar y el templo preinca, pero en el
camino debíamos admirar la parte sur de la Cordillera Blanca, detenernos en la
laguna de Querochoca (que está a 3,980 m.s.n.m.), recorrer el Callejón de
Conchucos y pasar por el túnel de Cahuish (que está a 4,550 m.s.n.m.).
Juan Andrés con el fondo de la parte sur de la Cordillera Blanca, camino a la laguna de Querococha |
El
camino que lleva a la laguna de Querococha es admirable. Los ojos no dan
crédito a la exuberante belleza de las montañas que aún mantienen sus cuotas de
nieve, transmitiendo una sensación de paz y grandeza en el horizonte de un
paisaje alfombrado por el verdor de los pastizales y cruzado por innumerables canales
en las que discurren –como arterias de acero–frías aguas cristalinas
provenientes de los nevados. El cielo azul intenso, encapotado de níveas nubes,
completan un paisaje de esplendor único en el mundo.
Embelesados
por tanta belleza, llegamos a la laguna de Querococha. Estamos, allí, a 3,980
m.s.n.m. La temperatura bordeaba los 5 °C. Había que abrigarse para poder salir
de la couster y descender, a pie, hasta la laguna, por un caminito empedrado.
El
paisaje es muy bello. La laguna tiene como guardián a un hermoso nevado que es
parte de la publicidad de una conocida marca de agua de mesa de nuestro país. La
temperatura de las aguas del lago son muy frías, pero nunca faltan los
excéntricos que retan a la laguna ingresando descalzos a ella.
Juan Andrés y yo, disfrutando de la sensación de libertad que nos da la laguna de Querococha |
Después
de admirar esta hermosa laguna, nos subimos a la couster para enrumbarnos hacia
el callejón de Conchucos, con destino a Chavín de Huántar.
Cristo de Nazareth que domina el ingreso al callejón de Conchucos. |
Al
llegar a Chavín de Huántar tenemos que esperar unos minutos para registrarnos y
adquirir las entradas a los restos arqueológicos de la cultura preinca conocida
como Chavín.
Una vez
hecho esto, ingresamos al área arqueológica, acompañados de nuestro guía Elsa
Janampa. Lo primero que llama nuestra atención es una maqueta del esplendor del
templo Chavín. También unas réplicas de la estela Raimondi y el lanzón
monolítico Chavín. A los costados del camino que conduce al centro ceremonial y
al templo Chavín crece un cactus que se denomina San Pedro. Este cactus da
origen a un turismo muy especial en esta zona: el turismo espiritual. Tiene una
larga tradición en la medicina tradicional andina. Algunos estudios
arqueológicos han hallado evidencias de su uso que se remontan dos mil años, a
la cultura Chavín.
Aparece
el San Pedro (Tricocereus pachanoi)
en la iconografía de Chavín. La civilización andina, como otras, edificó su
construcción religiosa en el uso de enteógenos, por lo que se puede suponer que
el San Pedro fue usado en la liturgia que reunía a sacerdotes y creyentes. Era
utilizado por los nativos en las festividades religiosas por sus propiedades
enteógenas debido a la gran cantidad de alcaloides que tiene, especialmente
mescalina. Se preparaba una bebida llamada "aguacoya"," o “cimora”
que generalmente se mezclaba con otras plantas enteógenas. Actualmente es
extensamente conocido y utilizado para tratar afecciones espirituales,
nerviosas, de articulaciones, drogodependencias, enfermedades cardíacas e
hipertensión, también tiene propiedades antimicrobianas.
Según
la revista online Cannabis Magazine “entre una y cuatro
horas después de ingerir [el brebaje a base de San Pedro] se puede sufrir uno o
varios efectos secundarios desagradables: náuseas, vómito, mareo, sudoración,
palpitaciones, dolores de estómago, pecho, cuello y cabeza, temblores y
destemple (sensaciones de calor y frío), necesidad urgente de orinar, y
malestar general. Algunas personas sienten como que están al borde de la
muerte, con gran ansiedad y temor…pero esta fase pasa y nadie se muere, al
contrario es vivificante y renovador, se siente euforia, alegría y exaltación,
felicidad y ensoñaciones, fantasías agradables, visiones, distorsión de las
percepciones sensoriales, sinestesia y ánimo contemplativo. Las visiones son lo
más impresionante, pero no todas las personas las tienen. Los pensamientos y
las imágenes surgen a toda velocidad durante ocho a diez horas, aunque pocos
dicen haber sentido cansancio.”
Nuestra
guía, aseveró haber tenido cinco sesiones –en fechas indistintas- del brebaje a
base del San Pedro. “Yo antes era una niña llorosa y tímida –nos dijo-, pero
ahora soy una mujer muy diferente”. Y ¡vaya que es una mujer diferente!; es
toda una profesional como guía turística, transmitiendo con propiedad y solvencia
no solo los contenidos de las maravillas físicas que se pueden ver en el callejón
de Conchucos sino, también, los contenidos espirituales y culturales que van
aparejados a dichas experiencias con la naturaleza y la cultura de esta zona
del Perú.
Todo lo
referente al San Pedro, es en realidad, un paso previo que nos prepara para
poder acercarnos a los restos de la cultura Chavín. Conforme se avanza en dirección
al santuario, por un camino rodeado de hermosa vegetación, se llega a la plaza
principal del templo que tiene la forma de la chacana. La
etimología de la palabra nacería de la raíz quechua “chaka” (puente, unión) y
el sufijo "-na" (instrumento), y la "chakana" como símbolo
representaría un medio de unión entre el mundo humano y el hanan pacha (lo que está arriba o lo que es grande).
En
efecto, en la cosmovisión religiosa de la cultura Chavín el universo estaba dividido en el mundo del agua, los ríos y la tierra, el
mundo del aire (supramundo) y el mundo de abajo (inframundo).
Juan Andrés, teniendo como fondo el patio ceremonial en forma de chacana y el templo antiguo piramidal. |
La
impresión que me llevo de esta gran cultura preinca es que fue una civilización
que supo unir a las tres regiones naturales de nuestro país: la costa (por sus
líneas urbanísticas fundadas en la piedra, el barro y la caña), la sierra (por
su ubicación enclavada en los Andes) y la selva (por su iconografía felínica y
ofidea). Ellos representan para los peruanos de hoy un ejemplo de fusión de
nuestras tres grandes formaciones geosocioculturales.
Construcciones líticas Chavín que están abiertas al público y que son conformantes de la plaza ceremonial en forma de chacana. |
Chavín
es pues el centro del centro del Perú. En su alma están, unidos como las
piedras de sus construcciones, el espíritu del hombre costeño, serrano y
selvático. Si hay una cultura que debe ser el símbolo de la unidad peruana, esa
es la cultura Chavín.
Pero
esta unidad no solo está en el espacio geográfico del Perú antiguo sino también
en los espacios del espíritu humano. Su visión tridimensional del mundo (el
mundo de la superficie, el supramundo y el inframundo), todos unidos por ese
complejo barroco que es la estela de Raimondi, constituye un modelo de la
trascendencia de la vida para el hombre peruano de todas las edades. Hay un
profundo y poderoso mensaje que traspasa la historia y nos llega como un
llamado a la unidad con la Tierra, con el hombre y con la divinidad, cualquiera
que sea la forma y el concepto que tengamos de éste.
Después
de vivir esta experiencia, casi mística, en Chavín, nos desplazamos hasta la
ciudad de Chavín de Huántar a disfrutar de un delicioso almuerzo a base de
trucha frita.
Tercer día
Qué rápido llegamos a nuestro
tercer día del tour. La noche anterior estuvo lloviendo y de vez en cuando me
despertaba el agradable ruido de la lluvia. Cuando amaneció, Juan Andrés ya
estaba tocándome la puerta para que “no me quede dormido”. Después de
desayunar, salimos a la calle para subir a la couster que estaba esperándonos.
La ciudad de Huaraz lucía con un sol resplandeciente, y nada hacía adivinar que
la noche anterior había llovido sin parar.
Hoy nos
trasladaríamos hacia el punto cumbre de nuestro tour: el nevado Pastoruri. El
rostro de Juan Andrés reflejaba toda la alegría y ansiedad que puede
desarrollar un niño de siete años ante un suceso tan extraordinario. Debo
reconocer que yo también me encontraba excitado. Estos días habían significado
para mí un retiro de todo cuando significaban la presión y el estrés del
trabajo y de las obligaciones que uno va asumiendo conforme se avanza en la
vida. Me sentía vivificado, y conforme salíamos de la ciudad de Huaraz, y la
parte sur de la cordillera Blanca se hacía más visible con sus cumbres níveas,
mi espíritu se regocijaba, y me volvía más consciente de que me encontraba en
un lugar casi sobrenatural, en donde la temperatura, el cielo, el aire y la
tierra se concertaban para ofrecer a los vivientes una sensación de libertad y
desasosiego.
Después
de admirar, maravillados, los hermosos paisajes de la parte sur de la
cordillera Blanca que discurren veloces por la amplia e impecable ventana de la
couster -ríos, puentes, quebradas, pampas, valles, canales, bosques, todos
teniendo como telón de fondo las imponentes y silenciosas montañas coronadas de
nieve- nos detuvimos en un recodo de la carretera para fotografiarnos, respirar
el exquisito y frío aire andino y humedecer las manos en las destellantes aguas
que discurren por unos canales que vienen desde las faltas de los nevados.
Juan Andrés y su papi aprovechando un alto en el camino para fotografiarse con el hermoso paisaje andino |
Luego
seguimos adelante hasta llegar a un lugar del cual brotan del suelo aguas
gasificadas, conocido como la laguna de Pumashin. El lugar ha sido tomado por
los aldeanos que aprovechan la llegada de los turistas para ofrecer
oportunidades de tomarse fotografías.
Juan Andrés en las aguas gasificadas de Pumashin. |
Pero,
además de este hermoso paisaje de aguas gasificadas que brotan del suelo, en sus
proximidades crece una planta que es única de las alturas de Perú y Bolivia: la
puya Raimondi. Es una planta, pariente de la piña, de aspecto impresionante. Este
bosque de puyas crece a 4.400 metros sobre el nivel del mar.
La puya
Raimondi es una planta muy rara. Tiene un tallo grueso y puede medir hasta 12
metros de alto. Lleva el apellido del investigador italiano Antonio Raimondi,
quien realizó la primera descripción botánica del vegetal andino. El proceso de
florecimiento de las puyas se inicia en mayo y en octubre está en su máximo
esplendor con miles de flores que brotan de su larga figura. El fenómeno
natural dura hasta diciembre. Se estima que 20.000 flores se desarrollan solo
una vez en la vida por cada planta.
Después
de vivir esta hermosa experiencia y fotografiarnos con las hermosas puyas, nos
encaminamos al último destino de nuestro tour: el nevado Pastoruri.
Conforme
se avanza en la carretera que bordea la cordillera y se va subiendo más y más,
comienza a sentirse en el organismo los efectos de la altura: un ligero
bochorno, dolor de cabeza y suaves mareos.
Subida en la cordillera Blanca rumbo al nevado de Pastoruri. |
Por fin, la couster, se detiene y tenemos que bajar. Estamos a 5.000 m.s.n.m. y a una temperatura de -2 °C. Hemos llegado a la zona de amortiguamento (una especie de base en donde hay servicios higiénicos, un pequeño y pintoresco boulevar y primeros auxilios). De aquí hay que caminar casi tres kilómetros y medio para llegar a las faldas del nevado Pastoruri. Para ello se ha construido un camino con piedras que permite a los viajeros ascender a paso firme durante 200 metros más, hasta llegar a los 5.200 m.s.n.m., que es la altura a la cual se encuentran las faldas del ansiado Pastoruri.
Los lugareños
han montado un negocio de transporte a caballo, en el que, por la módica suma
de quince soles, dos personas (cada una en un caballo) pueden ser trasladadas
hasta las faldas del Pastoruri y ahorrarse la agotadora caminata, de casi 45
minutos, a más de 5 mil metros de altura sobre el nivel del mar.
Al
comenzar a ascender por el camino empedrado, sentí que las fuerzas no me iban a
acompañar hasta la meta. Mientras tanto, Juan Pablo y Juan Andrés, me llevaban
casi como cien metros de ventaja. “¿Qué le pasa a Juan Pablo? Acaso quiere que
le dé el mal de altura junto con el pequeño Juan Andrés?”, me dije preocupado.
Seguí
caminando y ya no volví a verlos más. Lo único que veía era a otros visitantes
que también avanzaban haciendo su mayor esfuerzo; pero a Juan Pablo y a Juan
Andrés ya no los veía más. Yo me sentí muy mal porque estaban ocurriendo dos
cosas: o yo me había retrasado mucho, o ellos me habían sacado una ventaja
haciendo gala de unas fuerzas casi sobrenaturales.
Me
apoyé en un recodo del camino para poder descansar, tratar de respirar el poco
oxígeno que queda en el aire gélido de la montaña y, sobre todo, tomar la
decisión de continuar ascendiendo o volverme hacia la zona de amortiguamiento.
Cuando estaba a punto de tomar esta última decisión, siento que se acercaban
dos personas tratando de hacerse entender con un joven de rasgos asiáticos. El
pobre joven daba señalas de no entenderles nada. Entonces esperé a que se
acerquen más hacia mí y, tomando la iniciativa, le pregunté al joven asiático
si sabía hablar inglés. Me dijo que sí. Entonces le traduje lo que los otros
jóvenes le querían decir. Su rostro, entonces, dibujó una amplia sonrisa,
expresando que podía entenderme. El asiático se despidió de ellos y se quedó
conmigo, preguntándome:
-- ¿Estás cansando?
-- Mucho –le respondí.
-- Tienes que seguir adelante –me
dijo.
Esas
palabras tuvieron un efecto determinante. Muchas veces en la vida, necesitamos
que alguien nos diga que no debemos detenernos ni retroceder. La mente y el
espíritu humanos necesitan el poder de la palabra. Y vaya que la palabra de
este chico tenía mucho poder.
Comencé
a sentir calor. Una nueva energía se apoderó de mí, y me despojé de la casaca
que llevaba puesta.
-- Sí. ¡Claro que tenemos que
seguir adelante! –le respondí.
Con Taiki, el joven de 22 años de Tokio que me alentó a llegar a la meta: el nevado Pastoruri. |
Y
mientras charlábamos e intercambiábamos nuestros nombres, gustos, estudios y
tantas cosas que se dicen dos personas que recién se conocen, llegamos a
nuestro destino: las faldas del nevado Pastoruri!
El
paisaje es sobrecogedor. La temperatura es más baja y me obligó a ponerme
nuevamente la casaca. Las nubes, la nieve y el agua cristalina conforman una
mixtura que envuelve no solo el cuerpo sino también el alma.
Ahí
estaban Juan Pablo y Juan Andrés tomándose fotos; y por ese instante olvidé que
andaba buscándolos. Nos acercamos con Taiki hacia ellos y nos dimos con la sorpresa de que el pequeño Juan Andrés padecía los efectos de la altura. Después de aliviarlo un poco, nos tomamos más fotos
para, posteriormente, enrumbar por el camino de retorno hacia la zona de
amortiguamiento.
Juan Pablo, Taiki, Juan Andrés y yo en las faldas del Pastoruri, a 5.200 m.s.n.m |
Después
de despedirnos de Taiki –no sin antes invitarme a que lo busque cuando visite
Tokio- nos dirigimos a la couster a comer chocolates para reponer fuerzas y
continuar el camino de retorno hacia la ciudad de Huaraz. Durante el trayecto le pregunté a Juan Andrés, cómo así habían llegado tan rápido y antes que yo. Muy suelto de huesos, me respondió: "Es que alquilamos dos caballos, tío Freddy".
Epílogo
Fueron tres días en el Callejón
de Huaylas que pervivirán en mi mente hasta que Dios me dé vida.
Escribo
estas memorias para alentar a quienes no han tenido esta experiencia a no dejar
pasar más el tiempo y llegar hasta este rincón de nuestra patria que tiene
imágenes, sonidos, olores, sabores y vivencias que nos harán amarla y quererla con mayor
intensidad.
También
las escribo con la finalidad de que cuando Juan Andrés vuelva a leer estas
memorias, y yo ya no esté en este mundo, cumpla con la promesa que ha hecho de
retornar al Callejón de Huaylas con su propia familia, y vivir con ella una
nueva y diferente dimensión del poder y la magia que se desprenden de su historia y de cada uno
de sus maravillosos paisajes.
El aluvión que destruyó a Yungay, según el plumón de Juan Andrés. |
Las cabezas clavas de Chavín de Huántar, según el plumón de Juan Andrés |
El Lanzón Monolítico Chavín, según el plumón de Juan Andrés. |
La cordillera Blanca, según el plumón de Juan Andrés. |
Finalmente, invito a visualizar el siguiente video que resume, en 23 minutos, lo que fue nuestro inolvidable tour de tres días en el Callejón de Huaylas.
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