Por Freddy Ortiz Regis
" (…) para
que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también
ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste." - Juan
17:21
Una de las cosas que el
pecado hizo entre los hombres fue separarnos de Dios, y también entre nosotros.
La unidad solo es posible
a través del Salvador. Solo unidos a Jesús alcanzamos la unidad que existe
entre Éste y Dios. Una de las mayores evidencias de que estamos unidos a Cristo
es la unidad que existe entre nosotros. En el reino de Dios la unidad fluye de
su amor que implica una obediencia voluntaria y feliz a sus principios.
Esto no lo quiso
reconocer uno de los seres creados más exaltados, como lo fue Luzbel quien se
rebeló abiertamente contra Dios y no tuvo ya más cabida en el cielo. En los
términos del reino de los hombres se dirá que Dios no fue “democrático” con
alguien que manifestó una “disidencia” con el orden y los principios del
Creador. Pero no es así.
La democracia es legítima
para el reino de los hombres porque no hay un solo hombre que sea depositario
de la verdad, por tanto, el sistema democrático ―a través de la contradicción y
la libertad de ideas― nos ayuda a avanzar en la senda de lo correcto. Todos los
hombres nos apartamos de Dios y no hay en nosotros la verdad. Por tanto, ser disidente
en el reino de los hombres no solo es válido sino también necesario. En cambio,
en el reino de Dios, ser disidente –como lo fue Luzbel (ahora Satanás, el Diablo)―
es colocarse en el bando del error, la mentira y el dolor.
Dios no quiere que seamos
disidentes con los principios que rigen su reino de amor y justicia. Para
restaurar esa unidad Dios se encarnó en la persona de Jesucristo para que con
su vida en nuestro mundo, que incluye su muerte en la cruz y su posterior
resurrección, comprendamos el alcance y la dimensión de esa unidad que existió
entre Cristo y el Padre.
La unidad de Dios, y de
éste con nosotros es una unidad universal. Es una unidad que nos une no solo
con nuestro Creador y con nosotros mismos sino también con todo lo creado en el
universo. Esta maravillosa unión se nos refleja, como un símbolo, en la unidad
de la santa cena cuando, todos juntos, compartimos el cuerpo y la sangre de
Cristo [DIOS] expuestos en el pan y el vino [EL COSMOS] que se hacen uno con
nuestra naturaleza [LA HUMANIDAD].
Esta unidad también está
en la CRUZ, como está escrito en 1 Pedro 2:24: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su
cuerpo [DIOS] sobre el madero [EL COSMOS], para que nosotros, estando muertos a los
pecados, vivamos a la justicia, y por cuya herida fuisteis sanados [LA HUMANIDAD]".
Ya se acerca el día en que esta unidad ―Dios,
la humanidad y el cosmos― sea restaurada cosmológica y espiritualmente por la
eternidad, pero, mientras tanto, apropiémonos de esa unidad en cada uno de
nuestros corazones ¡hoy!
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