Los sacrificios humanos chimú: un análisis a la luz de la religión cristiana
Por Freddy Ortiz Regis
Cuando era niño explorar en la compañía de mis amigos por la ribera del río Seco y Las Lomas de Huanchaco era una de las actividades más emocionantes de nuestra niñez. El viento no solo soplaba sobre nuestros rostros inocentes, sino que también aullaba rozando nuestros oídos, como queriendo hablarnos desde los tiempos más remotos.
Siempre nos topábamos con una que otra costilla humana a ras del arenal que
empleábamos para jugar y —sobreponiéndonos a la superficialidad de nuestros
juegos infantiles— nos preguntábamos qué hacían estos restos humanos a la
intemperie, resecados por el sol, como abandonados en el tiempo. Uno de
nuestros amigos nos dijo que eran los huesos de los que habían vivido antes del
diluvio universal: “Miren las conchitas que hay en la arena —decía—; ¿acaso no
es demostración de que el mar también estuvo sobre estas lomas?”. Nosotros
aceptamos esta explicación y continuamos explorando con la satisfacción de
partir de una hipótesis lógica.
Cuando llegaba la noche, en el silencio de mi dormitorio, el sueño apagaba mis
pensamientos en torno a qué vida habrían llevado los huesos de esas personas, cómo
se habrían llamado y, cómo habrían muerto. Las respuestas llegarían muchos
años después, cuando nuestra infancia hacía mucho que se había ido y la vida
nos encontraba sumidos en su vorágine de sobresaltos y preocupaciones.
El 24 de marzo de 2024 se proyectó —en calidad de estreno para Trujillo— el
documental “Perú, sacrificios en el reino Chimú”, bajo el auspicio del Centro
Cultural Cine Chimú. La producción cinematográfica, de aproximadamente 150 minutos, nos produjo
un giro de la visión de la cultura Chimú de 180 grados. Digo esto porque
sobre esta cultura teníamos por sentadas muchas cosas, entre ellas: i) que era una
cultura nacida de la decadencia de la cultura mochica, ii) que, a diferencia de
los mochicas, los chimúes, no eran tan bárbaros, en el sentido que no hacían
sacrificios humanos.
Acudiendo al estreno del documental "Perú, sacrificios en el reino Chimú"
Plaza Simón Bolívar de Huanchaco.
Esperando el inicio de la función
De acuerdo con Aquise et
al. (2020) la cultura Chimú surgió
alrededor de los años 850 o 900 d.C., en manos del gran emperador de Tacaynamo,
quien fue considerado un dirigente fundador de Chimú. Era una sociedad jerárquica
y los gobernantes, llamados “Ciquic”, eran tratados como dioses y vivían en la
ciudadela de Chan Chan. Entonces, desde un punto político, el reino Chimú puede
ser definido como un estado aristocrático clasista que contaba, también, con
una amplia burocracia de administradores.
Según Contreras y
Zuluoaga (2014, p. 42) el reino Chimú fue una sociedad que destacó por la
especialización de sus artesanos, quienes desarrollaron la cerámica y la
textilería, pero particularmente la orfebrería, que alcanzó niveles técnicos
impresionantes, sobre la base de la aleación de la plata, el oro, el cobre y el
estaño.
También
desarrollaron la pesca a gran escala, la que realizaron sobre unos pequeños
botes hechos de la paja totora (una planta perenne de tallo grueso e
impermeable que tiene la virtud de flotar por su liviandad, que crece en torno
a las albuferas del litoral y que hoy se halla casi extinta) manejados con un
solo remo de dos cabezas, conocidos hoy como “caballitos de totora”.
Pero, volviendo a
los restos humanos que fueron la razón de muchos de los desvelos de nuestra infancia,
el documental presentó una nueva imagen de la cultura Chimú; una imagen que los
habitantes de este reino han guardado celosamente debajo del arenal, pues, no
se ha encontrado ninguna representación en su artesanía, orfebrería y
textilería, de hechos tan macabros como los hallazgos arqueológicos de hace seis
años: el sacrificio masivo de niños.
Ya, desde el año 2011,
los residentes locales de Huanchaquito alertaron al arqueólogo Gabriel Prieto el
hallazgo de huesos humanos que se erosionaban en las dunas que rodeaban sus
hogares. La participación activa de los arqueólogos, finalmente, descubrió a
las víctimas de un evento desesperado, un niño (izquierda) y una cría de llama
(derecha), que fueron parte de la matanza en forma de sacrificio de más de 140
niños y más de 200 llamas en la costa norte del Perú alrededor de 1450 d. C. (National
Geographic, 2018).
Excavaciones en el lote costero donde el ritual tuvo lugar
hace más
de 500 años. Fotografía de Gabriel Prieto.
De acuerdo con estudios isotópicos preliminares y el análisis de la modificación del cráneo, tanto los niños como las llamas fueron traídos a la costa desde rincones remotos del imperio Chimú para ser sacrificados. Las pruebas de estos sacrificios incluyen cráneos teñidos con pigmento rojo a base de cinabrio, costillas humanas con marcas de cortes y esternones cortados por la mitad (National Geographic, 2018).
Muchos niños presentan evidencia de que sus rostros se
embadurnaron
con un pigmento rojo antes de la muerte. Fotografía de Gabriel Prieto.
Las pruebas de estos sacrificios incluyen costillas humanas con marcas
de cortes y esternones cortados por la mitad. Fotografía de Gabriel Prieto.
Una joven llama (izquierda) y un niño amortajado fueron
enterrados
en el mismo pozo. Fotografía de Gabriel Prieto.
El estudio de las formaciones
sociales de nuestra antigüedad no debe ser un estudio por sí mismo, sino que
debe tener como meta su contrastación con el desarrollo contemporáneo de
nuestra sociedad. Hacerlo de otra manera no tendría ningún sentido, si no es en
la prospección de su evolución hasta llegar a lo que somos como peruanos en el
presente y hacia adónde nos dirigimos.
Como los chimú,
nuestra sociedad también obedece a un paradigma religioso. Así, desde una
perspectiva funcionalista, la religión cumple funciones sociales específicas, entre
ellas, proporcionar cohesión social, control social y un significado individual
a la vida. Pero, a diferencia de los chimú, que estaban constreñidos a una
única visión en su esfera relacional hombre/divinidad, nuestra sociedad —amparada
por el desarrollo del concepto de libertad— puede desarrollar y ejercitar innumerables
visiones sobre la relación del hombre y Dios.
Sin embargo,
encuentro dos notas esenciales, en el paradigma religioso, entre los chimú y nosotros: i) la primera, de carácter
común: los chimú ofrendaron a su divinidad lo mejor que podrían darle: sus
mejores hijos (de donde se colige que para los chimú los niños eran de una extraordinaria
importancia), nosotros, ofrendamos al mismo Hijo de Dios que vino a nacer entre
nosotros (Juan 1:14); ii) la segunda, de carácter diferencial: los chimú ofrendaron
a sus hijos para aplacar la ira de su divinidad, nosotros, en cambio, no
tuvimos que sacrificar a nuestros hijos, sino que Dios mismo entregó a su Hijo
a la muerte de cruz, no para aplacar alguna ira, sino para restaurar con
nosotros la relación filial que perdimos por causa de nuestra desobediencia
(Juan 3:16).
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Aquise L, Cahuana
C, Chanini V, Pari P, Quispe E. (2020). Fundamentos de Chimú como estado. Disponible
en https://bit.ly/4ayKMtG
Contreras C. y
Zuloaga M. (2014). Historia mínima del Perú. El Colegio de México.
National Geographic
(2018). Descubren antiguo sacrificio masivo de niños que podría ser el más
grande del mundo. Disponible en https://bit.ly/3vGCbWN
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