Por Freddy Ortiz Regis
Desde el 6 de marzo tengo a mi cargo el taller de ajedrez de la
I.E.P. “Nuevo Mundo”. ¿Cómo llegué hasta aquí? Comparto una breve remembranza
que resume mi relación con este juego a lo largo de mi vida.
Cuando tenía más o menos doce años veía cómo mi primo Aleksis W. Regis
practicaba este juego con sus amigos. Yo, los observaba y me preguntaba cómo se
jugaría eso que parecía un tanto complejo y snob.
Secretamente, me compré un tablero de ajedrez y solo esperaba el
momento en que mi primo me enseñara a jugarlo. El día llegó cuando mi mamá lo
invitó a tomar lunch en nuestra casa. Antes de que mi madre pusiera la mesa, yo
saqué mi tablero y le pedí a mi primo que me enseñara a jugarlo.
Mi primo era un niño muy vivaz, inteligente y locuaz. Sus
enormes ojos se abrieron sorprendidos cuando le pedí que hiciera de maestro
conmigo, pues, yo era apenas unos cuantos años mayor que él. Rápidamente
aprendí la forma cómo se deberían ordenar las dieciséis piezas y el movimiento
en el tablero de cada una de ellas. Las dos primeras partidas me las ganó él,
pero la tercera y todas las que siguieron en el poco tiempo que duró el verano,
las gané yo.
Cuando mi primo se fue de Huanchaco a Trujillo debido a que la
temporada estival había terminado, mis hermanos fueron mis nuevos
contrincantes. De ellos, mi hermano Raúl, el menor de los cuatro, fue el más
aplicado y el que nos sacó grande ventaja.
Mi hermano Carlos Elías Ortiz Regis
y yo dejamos el ajedrez en un segundo plano; pero Raúl OrReg,
no. Él se dedicó con mayor ahínco y hasta se compraba revistas para estudiar
las mejores jugadas y tácticas de juego.
Cuando crecimos y llegamos al colegio San Juan experimentamos un
resurgir de nuestro interés por el ajedrez. En esa época —en plena guerra fría—
las superpotencias tenían a sus adalides en el deporte-ciencia. Por Estados
Unidos jugaba Bobby Fisher y por la Unión Soviética jugaba Boris Spasski. Los
encuentros entre estos dos genios del ajedrez ocupaban los titulares de los
principales diarios de nuestro país y del mundo, así que jugar ajedrez se
convirtió a una práctica que involucraba no solo a la política sino también a
miles de personas comunes y corrientes, en todo el mundo, que vieron en él una
oportunidad para desarrollar liderazgo, ingenio e inteligencia. Sobre todo,
esta última. Así que muy pronto comenzaron los torneos de ajedrez en nuestra
ciudad y también en los centros de estudios.
Mi hermano Raúl, el más avanzado en este deporte, tenía un amigo
del colegio que también se había convertido en un ferviente cultor del ajedrez.
Su nombre es Mario Cuba Herrera
y fue así como se integró a nuestras vidas por la práctica de este deporte.
Un día decidimos que debíamos también hacer un torneo de
ajedrez. Mi hermano Raúl convocó a Mario; mi hermano Carlos a dos amigos que no
recuerdo sus nombres, y yo, a Julio Osmer Puycan.
Los encuentros los programamos para ser jugados durante cuatro domingos en
nuestra casa del centro de Trujillo. Mi mamá los recibía con algunos refrescos
y confites y nosotros nos entregábamos en cuerpo y alma a luchar, cada uno, por
alcanzar un triunfo que nos acercara a la meta máxima: el campeonato.
Sin embargo, este fue un torneo que no llegó a tener un campeón.
Lo que estaba en juego era muy delicado: nuestros egos. Había en esa época —como
ya lo mencioné anteriormente— la equivocada idea de que el mejor jugador de
ajedrez era el más inteligente, así que quedar último o a media tabla en este
campeonato era algo que nosotros (los menos diestros en el juego) no estábamos
dispuestos a conceder a Mario y a Raúl. Así que, uno a uno, los menos
favorecidos nos fuimos retirando, cada quien con su propia excusa, hasta que el
torneo pasó al olvido.
Después de este incómodo desenlace concluí que el ajedrez no era
para mí. Después de terminar la secundaria, mi vocación por la literatura y la
filosofía me llevaron a estudiar becado en una universidad de Moscú. Sin
embargo, qué lejos estaba en la realidad de haberme librado del ajedrez:
¡simplemente había llegado a la capital mundial del ajedrez!
En la universidad los torneos de ajedrez eran parte de la
tradición académica. La universidad se preparaba todos los años para exponer a
sus mejores jugadores en los torneos locales y nacionales que se disputaban con
ardor y pasión. Entre los estudiantes extranjeros había un peruano que
descollaba con su propio brillo y estilo. Se llamaba Manolo y parte de la
historia de este compatriota con el ajedrez, la universidad, su biografía y su
amistad conmigo están reseñadas en mis memorias a la que se puede acceder en el
siguiente enlace: (http://fredoreg.blogspot.com/search?q=manolo)
Al retornar al Perú mi afán por trabajar y hacer realidad el
sueño de mis padres de que sea profesional hicieron que nuevamente me alejara
del ajedrez; y no ha sido sino hasta hace muy poco que mis excompañeros del
Colegio San Juan me incluyeron en el equipo de ajedrez de la promoción “Luis de
la Puente Uceda” en donde vengo representándola desde hace algunos años
Finalmente, responderé a la pregunta con la que inicié estas
memorias: ¿Cómo es que tengo a mi cargo el taller de ajedrez de la I.E.P.
“Nuevo Mundo"? Lo resumiré muy brevemente: su promotor, mi sobrino José
Sevilla, me llamó hace tres semanas para preguntarme si conozco a un profesor
de ajedrez. Inmediatamente pensé en Mario, pues la vida lo llevó a profundizar
en la práctica de este deporte y ahora es un reconocido maestro en diferentes
instituciones educativas de mi ciudad. Así que, ni corto ni perezoso, le di su
número telefónico a mi sobrino quien lo llamó en el acto.
Minutos después me vuelve a llamar mi sobrino para decirme que
mi amigo Mario ya tiene copados todos los horarios y que lamenta no poder
trabajar en su institución educativa.
Ante estas circunstancias le dije a mi sobrino que yo sabía
jugar ajedrez. Me propuso hacerme cargo del taller extracurricular de ajedrez
en su institución, a lo que yo acepté porque no me ocupa mucho tiempo y me
permite atender a mis actividades en el campo jurídico.
Y esta es la historia de mi relación con el ajedrez y mi persona.
Dios me ha dado la oportunidad de utilizar este instrumento para sembrar en los
corazones de los niños, en esa maravillosa edad en que los seres humanos nos
encontramos en nuestro estado más puro, los principios de la disciplina, el
orden y la trascendencia por medio de metas orientadas a la paz, la reflexión y
el amor.
Soy consciente de que no soy un eximio cultor de este deporte,
pero me anima la perspectiva de sembrar la semilla en terrenos fértiles. Otros
seguirán la tarea perfeccionando a los que realmente encuentren en el ajedrez
su vocación y estilo de vida.
El ajedrez no se da por vencido conmigo y ahora me da esta
oportunidad de mejorar en el contexto del pensamiento de Richard Feynman: “Si
quieres dominar algo, enséñalo. Cuanto más enseñas, mejor aprendes. La
enseñanza es una herramienta poderosa para el aprendizaje”.