Por Freddy
Ortiz Regis
Estoy recorriendo el largo camino que separa
Chiclayo de Trujillo, y me he decidido a escribir estas líneas, después de
enterarme por las redes sociales que el triunfo de PPK es prácticamente
oficial.
Conocidos los resultados que dan como ganador al
ciudadano peruano Pedro Pablo Kuczynski, es el momento de celebrar este triunfo
con hidalguía, respetando a la otra mitad del Perú que optó por la propuesta
fujimorista. No es el momento de profetizar sobre el pasado sino de convocar a
las fuerzas democráticas del pueblo para avanzar estos próximos cinco años
hacia la consolidación de un país más próspero y, al mismo tiempo, más justo.
El proceso electoral 2016 nos ha dejado grandes y
profundas enseñanzas: La más importante: que la sociedad peruana ha comenzado a
experimentar una saludable tendencia hacia las formas de política basadas en la
ética y en el compromiso con las necesidades reales del país. ¿Qué elementos de
juicio me permiten decir esto?: i) El surgimiento de una nueva propuesta
política con Julio Guzmán y su enfoque centrado en la persona; ii) el rechazo a
la candidatura de César Acuña, quien a pesar de sus vigorosas fuentes
financieras fue derrotado por el desprecio de una ciudadanía que exige a sus
gobernantes un mínimo de responsabilidad y formación; iii) la derrota de Alan
García, otrora poderoso personaje que dominó el escenario político desde el
tercer tercio del siglo pasado, y cuya estrepitosa caída en las ánforas solo
confirmó su impopularidad en el pueblo, cansado de su doblez y estancamiento
políticos; iv) la derrota de Alejandro Toledo, cuyos escándalos financieros, no
fueron suficientes para repetir entre el electorado su estrategia racista, y
terminó catapultado por la desilusión del pueblo; v) el surgimiento de Verónica
Mendoza, quien con su valiente y desprendido apoyo a PPK, nos ha hecho abrigar
la esperanza de que podemos tener, también, en nuestro Perú, una izquierda
responsable que, en su momento histórico, pueda contribuir a la meta de nuestro
país: llegar a ser uno del primer mundo; y, vi) la consolidación de un
movimiento ciudadano capaz de salir a las calles para tocar conciencias,
despertar iras y sembrar dignidades.
He dejado para un párrafo aparte la derrota de
Keiko Fujimori por Pedro Pablo Kuczynski porque este es un escenario que, si
bien nos ayuda a ser optimistas y pensar en que el momento de crecer para el
Perú se ha iniciado, al mismo tiempo, representa un desafío latente que los
peruanos deberemos enfrentar a largo plazo. Para todos quienes hemos votado en
contra del fujimorismo (en esta oportunidad bajo la máscara de la mayor
de las hijas del convicto Alberto Fujimori) nos queda muy claro que aquél
encarna lo peor de la política nacional de los últimos tiempos, pero, cuyo
triunfo en el Congreso se constituye (para los fujimoristas) en la más
grandiosa oportunidad para volver a sus antiguos fueros, reciclarse y tratar de
perpetuarse en la política nacional a expensas, por un lado, de la falta de
educación y cultura de grandes sectores populares de nuestro país y, de otro,
de una raigambre ancestralmente autoritaria que recorre la vena de nuestra
sociedad desde tiempos inmemoriales.
Será, pues, una prioridad de la agenda histórica de
nuestro país, crear las condiciones para que –poco a poco– el fujimorismo vaya
eclipsándose del escenario político, social y económico, tal como lo hizo la
sociedad alemana de posguerra con el nazismo o lo viene haciendo la sociedad
chilena con el pinochetismo. No será una tarea fácil, pues la lucha no está
solo en el campo material sino sobre todo en el terreno ético-moral; pero
tenemos a nuestro favor los indicadores a que he hecho alusión al comienzo de
este artículo.
Pero no debemos confundir al enemigo. El enemigo es
el fujimorismo, no el pueblo que simpatiza con él. En un arrebato de
desconsuelo por la derrota de la señora Fujimori, el periodista Ricardo Vásquez
Kunze ha dicho que quienes han ofendido a Keiko han ofendido a todos quienes
han votado por ella. Tal despropósito no es real. El voto anti-Keiko ha sido un
voto contra lo más nefasto del régimen fujimorista de ayer y contra su anhelo
de resucitar intacto en la política peruana del siglo 21. De ahí que todos los
esfuerzos orientados a luchar contra su fortalecimiento –de parte no solo del
nuevo gobierno sino también de los sucesivos que continúen la senda democrática
del Perú– deberán incluir una capacidad de respuesta pedagógica hacia ese
sector de compatriotas que han votado por el fujimorismo más por la fe que por
la razón.
Por ello, Pedro Pablo Kuczynski, también tiene su
cuota de responsabilidad en esta misión. Nunca deberá olvidar que ha llegado a
palacio de gobierno por los votos de millones de peruanos que han decidido
cerrarle el paso al fujimorismo. El voto de estos millones de peruanos no ha
sido un voto político ni económico ni social; ha sido un voto moral. Por lo
tanto, una de las primeras medidas del nuevo presidente deberá ser retractarse
de su intención revelada de firmar una ley que permita que el histriónico Alberto
Fujimori salga de la cárcel. Esto provocaría una profunda desazón y
desmoralización entre quienes le hemos endosado el voto para gobernar el país
con justicia y eficiencia. Si de verdad ha prometido cumplir luchar contra la
corrupción deberá dejar bien en claro en la mente de la sociedad que los
delincuentes más peligrosos son los políticos y funcionarios corruptos, pues,
la corrupción, es la madre de la miseria moral y económica del Perú porque
niega y cierra las puertas –a los sectores más necesitados– de todas las
oportunidades que una sociedad desarrollada puede proveer para salir adelante
en la vida y ser felices.
El Perú de todas las sangres es, también, el Perú
de todos los problemas. Estamos apenas a cinco años de haber logrado –hace 200
años– la libertad política de la metrópoli española, pero estamos todavía a
muchos años de alcanzar la madurez material y espiritual que nos permita lograr
la libertad ciudadana en un contexto de globalización y respeto a los derechos
humanos y medioambientales.
En la foto el autor con PPK con ocasión de la entrega póstuma de la medalla Willy Brandt a su señor padre, don Maxime Kuczynski-Godard (2015) |
Dios bendiga al gobierno del señor Pedro Pablo
Kuczynski. Dios bendiga al Perú. Le hemos brindado un voto crítico, pero
siempre contará con nuestro apoyo en el frente de la lucha contra todos los
poderes que pretendan hacer retroceder a nuestro Perú y llevarlo por la senda
de la desesperanza, la corrupción y la intolerancia.
El compromiso es personal y no solo institucional.
A diferencia del deporte en que uno gana y otro pierde, o de la religión en
donde cada dogma se cree poseedor de la verdad absoluta, en la vida en
sociedad todos perdemos si no hay un compromiso personal con la democracia y la
ciudadanía. Sea que pertenezcamos o no a un partido o movimiento político, el
deber de actuar con probidad en todos nuestros actos es lo que marcará la
diferencia de nuestro país en el concierto de naciones desarrolladas del mundo.